Tomar un café

Ejercicio de expresión escrita.
A partir de la siguiente imagen y con el inicio: ¿Quedamos para tomar un café?, escribiréis una composición abierta. Recordad que debéis respetar los elementos textuales (adecuación, coherencia y cohesión) y los normativos (ortografía y puntuación). ¡Que disfrutéis! (del café también).
34 comentarios
Pere -
Acepté sin pensar. Era mi amigo y había regresado de su viaje a Ámsterdam. Su regalo no fue una sorpresa, pues era mas bien un pedido. Coleccionaba imanes des de pequeño, y mi nevera daba cuenta de ello.
El imán se dividía en dos, por un lado había una fachada de una tienda donde el producto vendido eran unas mujeres insinuantes y mal pintadas que posaban debajo un rotulo torcido y mal pintado, Sex shop era su nombre. El otro no era muy distinto, no habían chicas y el rotulo era nuevo y brillante, se podía leer Coffee shop.
La historia hubiera terminado aquí, pero como buen amante de mi colección que soy. Cuando llegué a la nevera me puse a ordenar los otros imanes para hacer sitio al nuevo, junto a sus vecinos, representantes de una pequeña porción del mundo, de otras culturas y naciones. Todas esas imágenes juntas eran como un tebeo. Pensé por un momento como se deberían sentir los ciudadanos de la capital holandesa al sentirse representados por dos locales de vicio. Me sorprendí, traté de imaginarme lo mismo pero des de su punto de vista, la respuesta no tardó. Cuantas veces nos sorprendimos cuando un extranjero suelta un sin fin de barbaridades para describir a otro país? Ese extranjero podríamos ser nosotros. a cuanta gente no le impacta, incluso le molesta que se describa a su España con tres palabras? Cerveza, paella y toros. Un país no tienen tan poca variedad, no todo se queda en eso, pero para los imanes si, esos trozos pequeños que con una imagen mal elegida, pueden dar una visión de un país equivocada, e incluso molestar para algunos.
carolina -
la verdad es que algunos me han gustado bastante
besos
Joan Cabero -
Anónimo -
Veo ke mas o menos todos habéis posteado en los mismos sitios, menos el ángel campi que se le ha ido la olla y lo ha puesto en "Un mapa de Oxford (por si acaso, ¿por si acaso qué?)" ¿Pero que es esto? O.o Por ser el que más lejos ha posteado, yo le concedo la medalla de oro del blog de castellano
Jónathan Aragón Escobosa -
por cierto aqui ha ocurrido una confisión sobre donde hay que comentar
muchos de los textos estan en el apartado de arriba
Edu Galobardes -
Esa era la frase que oía cada día. Con los amigos al salir del instituto siempre decíamos lo mismo, sin importarnos lo mas mínimo los deberes, nos pasábamos la tarde encerrados en aquel antro. La rutina se apoderaba de nuestras vidas mientras sorbíamos el delicioso café. Un día entro un señor vestido con una camisa, unos tejanos y con unas Converse All Stars verdes, se acercó a la maesa donde estábamos sentados y me dijo: -Tienes que hacer la redacción de castellano o te suspendo el curso y vas a repetir. La redacción ha de tratar sobre quedar para tomar un café.
No lo había reconocido, pero era mi profesor de castellano. Entonces recordé que el día límite de entrega de la redacción acababa ese mismo día. Desesperado fui a mi casa y me puse a escribir, pero no encontré ningún argumento que me gustase así que lo deje para más tarde. A las 23:00 empezé de nuevo con la redacción, pero me pareció que era demasiado tarde y que fracasaría, eso suponía repetir otro curso y separarme aun más de mis amigos. Me negaba a recibir tal humillación. Pasados unos minutos empecé un argumento que me convenció, pero llegado a un punto se me hizo imposible continuar. Me preguntaba a mi mismo si podría acabar antes del plazo impuesto por el profesor, y yo mismo me respondía que no seria capaz. De repente me vino una idea diferente a la cabeza y la plasmé en una redacción que no me gustaba pero era lo mejor que tenía. Así que la envié al blog de mi profesor. ¿Llegó a tiempo? Esa es la pregunta que me estoy haciendo en estos momentos y que tendrá respuesta en unos días. La redacción no merecía ni ser aceptada ni leída por el dicho profesor. No era la mejor redacción que se podía hacer por lo tanto no espero aprobarla.
Basada en hechos reales
Marta Aguilera -
¿ quedamos para tomar un café?... Y absurda respuesta por mi parte.
En fin, era mi primer día en la cafetería. Había acabado las clases y para ese mes de julio vacío busqué un trabajo que me entretuviera las mañanas. El horario no estaba mal, no tendría que madrugar, el sueldo no era gran cosa, pero sería suficiente para mis caprichos. Me hacía ilusión empezar.
La cafetería era un local muy nuevo y luminoso, situado al lado de un caro gimnasio bastante conocido. Decorada en rojo, negro y blanco, te envolvía en un ambiente bastante acogedor, un intenso olor a café recién molido se quedaba en la piel, la música de fondo se rompía de vez en cuando con el ruido de la máquina express o el tintinear de cucharillas y tazas.
Por las mañanas solamente estaríamos dos: mi compañero, Oscar, y yo. Él se encargaría de preparar los cafés y cobrar, yo de servir las mesas, por el momento. Oscar tenía cerca de cuarenta años y en su mirada y sus gestos se podía adivinar la frustración causada por seguir en una cafetería preparando cafés sin ninguna otra aspiración. Hombre práctico, de pocas palabras, el vicio que le caracterizaba, y que noté nada más verlo, era su adicción al tabaco. Fumaba compulsivamente, cerrando los ojos en cada bocanada de humo que aspiraba, saboreando y alargando ese momento tanto como podía. Cuando la cafetería estaba muy llena y no podía salir a fumar, intercambiaba su adicción observando expectante a la gente, cual enloquecido. Llegaba incluso a dar miedo. Y así es como me miró al entrar.
Hm. Silvia, ¿no? Muy bien. Servir mesas. Tienes que servir las mesas. Nada más. Yo prepararé los pedidos. Ahora no, claro cuando vengan los clientes. dijo soltando las palabras a trompicones mientras seguía inspeccionándome de arriba abajo, desde la ropa, pasando por el pelo, las manos, la cara y deteniéndose en los ojos. Tanto que no pude aguantarle la mirada de ojos melancólicos.
Llegó una mujer, muy elegante vestida, alta, delgada, con una media melena negra, una postura muy cuidada, muy correcta. Desde la mesa pidió un café express con sacarina. Cuando me acerqué a la barra para comunicarlo, Oscar ya lo había escuchado y se afanaba por prepararlo lo antes posible mientras recitaba para sí mismo: café express, intenso sabor, origen italiano, es importante una buena máquina para poder disfrutar de todo su sabor . Con sacarina, obviamente, ya que viene del gimnasio y se sentiría mal consigo misma La ultima frase con aires de quien tiene todo el conocimiento en su mano. No pude evitar reír.
Mientras servía el expresso entró otra chica, con una mochila un poco infantil colgada de los hombros, al cruzarse conmigo me dijo: ¿me pones un capuchino con nata, por favor? Oscar se abalanzó diciéndome en un susurro: ¿Un capuchino? Toda una romántica soñadora. Viene todos los días, hoy lo ha pedido con nata, ¿no? Eso quiere decir que está esperanzada. Ahora verás por qué; hay un chico, joven y atractivo. Siempre pasa por aquí sobre esta hora. Viene también del gimnasio. Porque se cuida bastante, por eso pide siempre café con hielo. Nada de leche. La leche engorda. Y a la pobre chica le gusta. Está enamorada de él, aunque nunca le dice nada.
Al principio me divertían sus comentarios, todo se lo inventaba. Pero por su convicción al hablar creo que él mismo se creía sus fantasías. De vez en cuando lo escuchaba murmurar: Un descafeinado de máquina, para los satisfechos, no esperan nada más de la vida, son conformistas y les falta ánimo, iniciativa. ¡Claro!, Un bombón, cortado con leche condensada falta de amor, sueños rotos, tristeza, café solo: falta de valentía, vanidad, gente presuntuosa
Me encontraba en ese momento de cansancio, pensando en si se debía al haber estado mucho rato de pie o si era por el extravagante carácter de Oscar que me agobiaba, cuando un chico abrió la puerta de la cafetería. Enseguida Oscar le pasó revisión, muy serio. Se acercó a la barra y al tenerlo más cerca vi que era Javi, un amigo. Se alegró al verme allí y estuvimos hablando un rato, siempre con la mirada de Oscar clavándose en mi nuca.
¿Qué te parece si cuando acabes de trabajar quedamos para tomar un café?, ¿Qué café te gusta? dijo Javi.
Podía imaginarme los ojos de Oscar abiertos como platos esperando mi respuesta. Tenía muy claro que no iba a volver ni un día más a trabajar ahí.
Café no, ¡Por favor! Mejor un zumo.
Marta Aguilera
2º Bachiller A
Laura Sala -
Allí entró como cada día a tomarse su tradicional café.
- ¡Buenas Andrés! Lo de siempre, ¿verdad?
No contestó y se sentó en la misma mesa de cada mañana.
Ya hace varios días que parece que me ignore. Siempre viene al bar antes de irse a trabajar a la editorial. Entrar en esa editorial ha sido uno de esos sueños que a veces se acaban cumpliendo. Me acuerdo aún de cuando le aceptaron. Vino aquí a celebrarlo conmigo. Me alegró que viniera en esa época, sobretodo por que estaba pasando por diversos conflictos y bastante duros.
Pero bueno, aunque se le cumpliera ese sueño, no se le cumplió el de tener un gran cargo dentro de ella. Es periodista y, por trabajos y extras que ha elaborado. le han hecho ascender de puesto, pero aún y así no exactamente hasta el puesto que él quería. Ahora, está como director de la sección de opinión. Debo decir que aunque a él no le guste, organiza muy bien su sección. Siempre hablamos de la editorial, de sus problemas amorosos, vamos, de su vida en general. Va a épocas, como todo el mundo, y en estos momentos parece estar pasando por una mala racha.
Siendo su amigo, ya desde hace años, me apostaría mi bar a que le sucede algo más.
- ¡Toma Andrés!
Ahí esperaba un "¡Hola capullín! ¿Que tal? Por lo que se ve, hoy tu bar no atrae a la gente, solo a insignificantes periodistas como yo"
Vamos, que siendo él, me esperaba algo más, como su sarcástica ironía, pero es que no me dirigió ni un simple: "Hola"
- Oye Andrés... Ya sabes que aquí estoy para lo que necesites, que se te nota que te pasa algo, que lo llevas escrito en la frente. Va, ¡dímelo! Que por ayudarte no hay ningún problema, y lo sabes, tu mejor que nadie.
Quería empezar a expresarse, pero sólo se le veían en su rostro una seqüencia de expresiones confusas. De mientras que él hacía su ritual para dirigirme la palabra, me recorría por el cuerpo un nerviosismo por lo que me pudiera decir. Pero él, al verme nervioso, se ponía aún más nervioso. Así que me tranquilicé y entonces me dijo:
- Hoy había quedado con una persona para tomar café, pero no recuerdo con quien, ¿eres tu?
Me dejó roto. Él es uno de esos tipos que tiene muchísima habilidad para recordar las cosas que planea. Pero ahí no se acabó la conversa, porque después de decirme eso me preguntó:
- ¿Me podrías decir dónde estoy?
Ahí ya me dió por imaginar que seguramente se habría dado un golpe en la cabeza, o bien me estaba tomando el pelo. Pero es que sin que acabase de entender lo que me decía y a la misma vez sin que empezase a reaccionar, me dijo:
- Y por cierto, ¿tú quién eres?
Dios, ahora sí que ya ni reaccioné. Sólo recuerdo que me pagó y marchó.
Con el pasar de los días, de las semanas, de algunas estaciones del año, en fin, mucho tiempo pasó sin que supiera nada de él. Me fijé en que ya no escribía en su sección del periódico y también en que ya no iba por las ramblas de por allí cerca, dónde se encontraba la editorial y, dónde también, un poco más a bajo, se encontraba su casa. Hasta que un día en mi bar coincidí con su hermana menor. Mientras tomábamos un café, me explicó que se dieron cuenta de que Andrés estaba mal, a partir de aquellos días misteriosos, cuando él pasaba de mí. Me dijo que se perdía por las calles, no llegaba a casa y cuando lo hacía no reconocía a la família. Todo fue debido a que padecía alzéimer. Por pacederlo, lo llevaron a una residencia, pero la gudeza de la enfermedad era tal, que falleció a las pocas semanas de estar en ella.
Cuando me lo explicó ella, me sentí muy mal por no haver estado a su lado. Pero ahora, le dedico cada café que me tomo, y lo hago por cada una de las sonrisas que me dió en vida por tal de no olvidar nunca a una persona tan grata como él.
Laura Sala Vizcaíno
2º A
Patricia Hinojo Jiménez -
Eran las cuatro de la tarde. Llevaba horas paseando bajo el sol, las hojas de los arboles caían y los pájaros cantaban. Me detuve al llegar a una plaza. Estaba terriblemente cansada y me estiré bajo un árbol.
La noche antes, había soñado que, una voz muy aguda que no recordaba, me preguntaba; ¿Quedamos para tomar un café?.
De repente, me levanté y me dirigí a la mejor cafetería de la ciudad. Estaba en el puerto, y allí, hacían el mejor café exprés que nunca había tomado. Entré y me senté en una de las mesas que quedaban vacías. De fondo, escuchaba la brisa de la mar, acompañada de una melodía francesa.
Se me acercó uno de los camareros, y me preguntó amablemente; ¿Qué querrá tomar, un café? y con una sonrisa en la cara, afirme. Estaba entretenida escuchando a la mar, la música, y las muchas conversaciones que acompañaban de fondo. Todas ellas decían; ¿Quedamos para tomar un café?. Pensé, ¿quedamos para tomar un café? que pregunta más estúpida. Estás ya tomando un café.
El camarero me trajo el café. Por cierto, que café expreso. Un sabor fuerte, con más de dos dedos de crema. No debía ponerle azúcar, lo estropearía.
Más tarde, escuché de fondo a un caballero, con acento francés. Tenía pinta de ricachón. Y se había pedido uno de esos grandes expresos. Para cuando lo volví a mirar, estaba intentando echarle azúcar. ¿Que está haciendo este hombre? Me preguntaba. Y rápidamente me levanté, para intentar detenerlo. Me dirigí a él con un tono elevado, me lo temía, el caballero se sobresaltó. Pero me obedeció y se tomó el café sin azúcar. Me disculpe y me marche a mi mesa.
Pasé muchas más horas en aquella mesa. La gente entraba y salía. Se tomaba un café y se marchaba. Pensé que tenía el tomar un café. Un simple café. Un líquido oscurecido por unos polvos. Un líquido que iba de la máquina de café, hasta una taza, y que allí se podía pasar horas y horas mientras una persona o varias, charlaban o discutían de diferentes temas. Sí, eso era, lo que tenía tomar un café.
Patricia Hinojo Jiménez
2º Bachillerato A
Núria Crespillo -
Esperaba que me llamara para tomar ese café, el que me debía desde hace semanas y aun estaba esperando.
Sabía que estaba muy ocupado pero no dejaba de esperar su llamada todos los días y todas las semanas que iban pasando.
Habíamos estado juntos desde pequeños y aunque hacía tiempo ya que habíamos tomado caminos diferentes y nos separamos, de vez en cuando todavía tenía tiempo para mí y pasábamos un buen rato como en los viejos tiempos.
Presentía desde la última vez que nos vimos que le preocupaba algo, que estaba más distante de lo normal pero aun no me había dicho nada. Que me dejara con la incertidumbre me mataba pero no podía hacer nada hasta que él quisiera contármelo.
Después de mucho esperar, un día saliendo del trabajo me fue a buscar para tomar el dichoso café, que después de todo no es más que una excusa que tiene la gente para quedar y contarse algo, por lo que el café en sí es lo de menos.
El caso es que aquel día iba a ser muy diferente de todas las veces que habíamos quedado antes.
Me dijo que se iba lejos, que posiblemente era la última vez que nos veíamos en mucho tiempo y me quedé pálida. Después de un mes esperando el ansiado café, en cuestión de segundos se hizo totalmente amargo e imposible de digerir.
Se me pasaron un montón de cosas por la cabeza, muchos momentos y demasiados buenos recuerdos que ahora definitivamente iban a terminar, porque aunque ya no era lo mismo yo sabía que él seguía estando ahí.
Cada vez que me acuerdo ahora de ese día me viene la imagen de esa taza de café que me quedé mirando porque no me atrevía a levantar la vista, de cuando él se puso de pie y se despidió. Yo seguí sentada, pagué y también me fui. Desde entonces ni se me ha pasado por la cabeza volver a quedar con alguien para tomar café.
David Pérez Romero -
Una vez más, llegaba a casa con retraso, con mi cabeza bajo el cuero del maletín a modo de paraguas. Me di cuenta que llovía con más intensidad así que decidí refugiarme en un bar que encontré casualmente. Vi una mesa vacía algo apartada de las demás, me acerque, colgué la chaqueta mojada en la silla y coloqué el maletín al lado. Esperé a que viniera alguien a servirme, poco después me atendió un hombre de baja estatura al cual le pedí un café y unos churros, mientras esperaba decidí ojear a mí alrededor.
Descubrí dos mesas más allá una cara que me resultaba familiar, pero no sabía bien de quién se trataba, dudaba, no sabía si arriesgarme a preguntar o dejarlo pasar. Tras una corta deliberación, opté por acercarme, en la vida hay que arriesgarse. Le pregunté como se llamaba, cuando me respondió me acordé de todo; aquel hombre fue un gran amigo en mi juventud.
Entablamos una conversación sobre el porqué de nuestra separación y que se habría hecho de los demás amigos del grupo, y llegamos a la conclusión de que nos separamos porque cada uno tomó caminos distintos y nos preguntamos si podíamos haber hecho algo para evitarlo o simplemente fue inevitable que pasara. Estuvimos hablando durante casi toda la tarde, cuando al fin me di cuenta que había dejado de llover. Recogí mis cosas y nos intercambiamos nuestros números de teléfono. Me despedí preguntándole si quería quedar el viernes que viene a la misma hora para tomar otro café, me dijo que sí.
Esta vez no quería volver a cometer el error del pasado, no nos separaríamos otra vez.
Raquel Bravo -
Siempre lo veía desde el balcón de mi casa, que estaba justo encima del bar que este hombre frecuentaba. Nadie sabía nada sobre él, de hecho, la mayoría de los que pasaban por esa calle desconocían su existencia. Me intrigó tanto que todo el mundo le ignorara, que una de esas mañanas decidí que quería saber algo sobre aquel curioso.
Me presenté delante de él y le pregunté si me podía sentar, pero ni siquiera se inmutó, así que me senté. Intenté iniciar una conversación pero por mucho que lo intentaba no levantaba los ojos del suelo. La gente, al pasar, me miraba extrañada, como si no hablase con nadie.
Me preguntaba si siempre sería así, tan monótono y aburrido. Él seguía cabizbajo como si yo no existiera. Por mas preguntas que le hacía no contestaba. Fue al preguntarle si le gustaba el café cuando, de repente, levanto la mirada del asfalto y pude ver su rostro con claridad. Aunque seguía sin decir nada, sus ojos mostraban algún tipo de interés por el susodicho café.
En ese preciso instante pude oír como la persiana del bar chirriaba al ser subida por Emilio, el propietario. Fue entonces cuando repentinamente él se levantó del dichoso banco y se dirigió hacia el local. A medio camino se giró, como si estuviera esperando que le siguiera, ¿o a lo mejor quería que le dejara en paz? La verdad, no lo sé.
En ese momento no supe que hacer: si seguirle o darlo todo por zanjado. Después de unos segundos sin reaccionar, me dispuse a seguirle. El tiempo pasaba a cámara lenta mientras yo cruzaba la calle.
Mientras iba, pude observar como dejó caer del bolsillo más estrecho del gabán un pedazo de papel cuando entraba en el bar. Al acercarme vi que era una servilleta de papel y que en ella ponía: ¿Has sentido alguna vez esa sensación de estar siendo observado? Lo digo por que a mí me parece un poco molesto. Sé que voy a seguir sin responder tus preguntas, pero pese a todo no voy a negarte el placer de tomar un café juntos. ¿Cómo lo quieres sólo o con leche?
Raquel Bravo
2ºA
Laura Monzón -
Llevaba dos horas conduciendo y el trayecto era de tan sólo hora y media, eso ya fue un mal presagio, en aquel momento me replanteé dar la vuelta y volver a casa pero fue entonces cuando una mujer mayor me recondujo muy amablemente. Ya podía ver las señales que me indicaban que estaba a menos de diez minutos cuando me acordé de la tarde que había llamado a Lorena y Silvia para tomar un café. Mientras ellas pensaban que sería una tarde más yo sabía que no, sabía que esa era la última tarde que me iba a pedir mi café con leche descafeinado con ellas.
Necesitaba un cambio de aires y un nuevo motivo para seguir adelante, y allí lo tenía, una casa de aspecto no muy lujoso por fuera y menos aún lo fue por dentro. De todas formas la casa tenía lo que me bastaba, un habitación para mi muy espaciosa y estaba rodeada de un campo verde que para nada se asemejaba al parque de al lado de casa. Esa simple escena me reconfortó, me recordaba a las vacaciones que pasaba con mis abuelos, anterior a todo lo que había pasado. Necesitaba tiempo, tiempo que no podía encontrar en lo que hasta ahora había llamado hogar, jamás pensé que sería capaz de irme a vivir sola, donde no conociera a nadie, quien me ha visto y quien me ve.
Los primeros tres días pasaron muy deprisa porque me dediqué completamente a mi misma, me leí el libro que me dejó mi hermana des de hacía un par de meses y todavía no me había dignado a leer, di tantos paseos por ese bosque como me pude permitir, no recordaba la última vez que hice lo que me apetecía cuando quería. La verdad es que durante esos días no recordé que me empujó hasta allí y me proporcionó una visión más objetiva de mi situación. Fue entonces cuando surgieron unas ganas inexplicables de recobrar mi viejo hobby. Hacía años que no escribía, paso de ser una actividad que me relajaba a convertirse en mi trabajo y la verdad es que el hecho de verlo como un medio para subsistir y no como mi vía de escape me llevo a mi cambio de profesión. Des de entonces que no había tenido ni la imaginación ni la motivación para sacar mi lado más poético.
La verdad es que al principio no surgía ninguna idea fructífera de mi pluma pero en ningún momento me preocupé porque no era un atasco producido por la falta de creatividad, al contrario, tenía tantas emociones que quería plasmar que quería hacerlo de la forma más adecuada. Cuando la encontré no pude detenerme, estuve varias horas escribiendo sin parar, el esquema de los personajes me salio con los ojos cerrados, así como el argumento, parecía que había vivido todo aquello. Las líneas salían solas de mi mente, no sé cómo podía salir solo de mi mente. No fue hasta finales del primer capítulo cuando me di cuenta de que realmente había vivido una situación paralela.
Gracias a la historia que hay a continuación conseguí superar la peor situación que he vivido en mi vida ya que supuso la aceptación de todo lo que me había pasado. Espero que con esta obra seáis capaces de percibir lo mismo que el narrador siente en cada momento y os ayude a sacar fuerzas en los momentos más difíciles.
Laura Monzón
2º BATX A
Marc Lorenzo 2A -
Como si de un viejo film se tratara, secuencias de imágenes pasaban por mi mente y se acentuaban por momentos, haciéndome revivir la noche anterior con una intensidad que rozaba la realidad, de tal forma que distinguir entre sol y luna resultaba casi imposible.
Su respiración se confundía con la mía y nuestros pálpitos se unían en el compás de una melodía hasta el momento inaudita, exiliada en lo profundo de nuestras miradas, siempre al acecho y evitando descubrirse. El incienso se abría paso a través de nuestros pulmones y combinado con la tenue luz de la ruborizada luna enlazaba nuestra piel en un ritual de lujuria, placer y ternura. Sus hermosos ojos eran dueños de mi boca y esta a su vez, dominaba la frontera entre el alma y el cuerpo, ambos desnudos en esa mágica noche que se reaparecía a cada instante del temido día.
Los minutos pasaban tímidamente y con cada golpe de aguja mi soñar se debatía con la razón. Sabía que se acercaba el final, nuestra melodía pasada tomaba nuevos aires hasta parecerse más bien a un réquiem que acabaría en la tumba junto con nuestro secreto. No tenía idea de lo que le pasaría por la mente¬¬: dolor, confusión, vergüenza, culpabilidad, temor A simple vista solo palabras al azar, pero en el fondo unidas en la compleja trama de sus labios compartidos.
¿Y él? Guapo, atento, cuidadoso, inocente, amigo enamorado. Un niño que espera verte a su lado, que no te olvida, que está presente. Dueño de unos suspiros, tus suspiros, a los que no encuentra explicación y con vendaje en los ojos sigue recto el camino sin parar a preguntar. Maldice en silencio la estampa de nuestros ojos y duerme junto el eco de una melodía silenciada. ¿Que será de este juego de amor donde el dos son tres? me preguntaba a cada instante, y seguidamente esperaba en silencio que el sol (o luna) me respondieran. Pero el silencio se quedaba en eso, silencio. No obstante, des de el primer beso de la noche sabía quien sobraba, aun así me lo negaba.
Llegó la hora acordada y, cómo tenia que ser, allí estaba yo, como el café: oscuro, frio, sólo y mareado.
Ruth Barrero -
Estamos juntos desde hace tres meses, la verdad que nos va realmente bien, me contó porque no había podido ir al gimnasio esos meses de atrás, todo se aclaro.
Ahora vamos juntos al gimnasio.
Ruth Barrero
2º Bachillerato.
Marta Fortet -
Era una tarde de verano y como de costumbre, solía quedar con mis amigas para ir a tomar algo, pero esa misma tarde todas estaban ocupadas, por lo que suponía que seria una tarde aburrida en casa.
Para pasar la tarde lo más agradable posible, me puse a ver una película, al terminar me puse a escuchar música, y finalmente me conecté a Internet. Ya lo había hecho todo, estaba desesperada, necesitaba distraerme, ya no aguantaba ni una hora más en casa, por lo que decidí salir a dar una vuelta por la ciudad, y de paso entrar en las tiendas a mirar ropa.
Una vez en el centro me pateé toda la ciudad y todas las tiendas, y finalmente cansada de andar entré en un café que me llamó mucho la atención.
Era un local muy bonito, como los cafés de las películas antiguas, adornado con todo tipo de objetos antiguos y rústicos.
Una vez dentro, me senté en la barra y le pedí al camarero un café. Al mirarle me recordó a alguien, no estaba segura de ello, pero después de pensarlo un rato me di cuenta de que era mi mejor amigo de la infancia al que había dejado de ver hacía ya muchos años. Cuando me trajo el café le pregunté por su nombre, y así fue, era él.
Los dos nos pusimos a reír, nos hizo mucha ilusión reencontrarnos de nuevo.
Estuvimos toda la tarde hablando, recordando esos viejos tiempos juntos en el colegió, esas tardes en el parque, esas risas en la calle, fue agradable recordar todo aquello y volver a rehacer esa gran amistad.
Al llegar la noche, cuando el muchacho acabó su turno, me invitó a cenar, yo acepté encantada, al fin y al cabo en casa tampoco haría nada.
Fuimos a comer en un Frankfurt, el presupuesto no daba para más, y al terminar volvimos al café y me invitó a tomar otro café.
Aún no sé el porque, pero ese café fue el más bueno de todos los que me he tomado en mi vida.
Desde entonces que ya no hay tardes aburridas. Si ninguna de mis amigas puede quedar, tengo el recurso de pasar por el café y disfrutar de una bonita tarde tomando café y a la vez hablando con mi amigo, que con el tiempo ha pasado a ser un amigo especial.
Doy las gracias a esa tarde aburrida que por casualidad me trajo a ese café e hizo que me reencontrase con esa persona.
Ahora el café mi amigo y yo somos inseparables.
Cora Argüello -
Ese fue el primer mensaje que envió Felipe al llegar a su ciudad natal.
Sofía lo leyó con mucho entusiasmo y enseguida fue a prepararse. Después de veinte años allí estaba, acabándose de acicalar para salir al encuentro. Estaba nerviosa. Llegó unos minutos antes y estuvo esperando, en el mismo sitio donde se vieron por ultima vez. Era un bar sencillo, en las serenas calles de Puertollano.
Con un andar pausado lo vio venir, no parecía el mismo de siempre, los años no le habían perdonado. El cuerpo fornido el cual ella recordaba se había perdido. Pero en su rostro se reflejaba la belleza y el atractivo que siempre le había caracterizado. El pelo oscuro, algo escaso, intentaba disimular la edad, pero era obvio que no lo conseguía.
Le saludo con un cariñoso beso. La cosa había cambiado, tanto como ellos. Él le conto las novedades, que aunque creía que ella no estaba informada, no era así. Tenían una amiga en común, con la que Sofía se llamaba y carteaba mucho. Felipe se había casado hacia unos nueve años, con una mujer holandesa que había conocido en uno de sus viajes y trabajaba como director de una gran empresa. Ella no le prestaba atención ya que solo pensaba en que le diría.
Sofía no se había casado, vivía sola en un pequeño pero coqueto piso del centro de Ciudad Real y trabajaba como secretaria en una oficina. Eso no fue lo que le contó a él, ya que pretendía sorprenderle. Dijo que vivía con su pareja hacia unos años y que tenía un puesto importante en una empresa, ya puesta a mentir, le dijo que había viajado por muchos países orientales por asuntos de trabajo. Como siempre, se había acobardado en el momento menos oportuno. Llevaba años deseando tener esa conversación con él para contarle la verdad.
Eran las ocho de la tarde, Felipe se le notaba que tenía prisa, perdía el vuelo que salía a las nueve hacia Italia. Se despidió de su hija con un beso en la frente. Le dijo que no sabía cuanto tiempo pasaría hasta su próxima visita. Quizás otros 20 años. Y allí volverían a tomar un café en el mismo bar donde parecía no pasar el tiempo.
Cora Argüello
2º Bachillerato B
Aleix Torres -
Esta fue la pregunta.Lo que está claro es que en la vida hay que tomar decisiones arriesgadas; de lo contrario, no se va a ninguna parte. Creo que soy un buen ejemplo de esta teoría. Porque si hace unos meses no llego a tomar aquella decisión, ahora seguiría soñando en que un dia formaria parte de un grupo de teatro.
Era un jueves y mi amigo, Roberto, me llamó para decirme que estaba completamente afónico y que le sustituyera en la representación teatral. ¿Qué? imposible, le dije, yo soy incapaz de mandar a niños. Pero no se como me encontré que la función estaba apunto de empezar. Eran exactamente las cinco de la tarde. Al subir el telón, los niños vieron sentados a sus padres, abuelos, tios..Todos sonreian y seguian con atención lo que sucedia en el escenario durante la representación: unos hacian fotos, otros filmaban.. Al acabar todo fueron aplaus, bravos, felicitaciones. Un éxito.
Yo no sabia cómo lo habia conseguido. Recordaba sólo las horas y horas de ensayo previas al estreno y los problemas que habia tenido que solucionar sin saber cómo.
A los pocos dias me llamo Roberto par a decirme que me ofrecian trabajar como director de un grupo de teatro.
"¿Quedamos para tomar un café?"le pregunté yo.
Dani Garcia -
-Si, no estaría mal-fue lo que le contesté y me fijé en su rostro: algo no iba bien.
Entramos en el café y, definitivamente, estaba muy tenso. Intentó disimularlo haciéndome preguntas sobre mi vida, pero tan deprisa que no lo consiguió, entonces le dije:
-¿Te ocurre algo?- y fue cuando entonces cuando se produjo un intenso silencio, me miró a los ojos y empezó a explicarme lo que le había pasado.
Él estaba sentado en el banco de un parque que hay a las afueras del pueblo; era ya muy tarde, había salido a dar una vuelta tras su discusión con su novia y quería despejarse y tranquilizarse para poder reflexionar. Fue entonces cuando me explicó la parte que no sabía si creerme o no dada la cantidad de contenido fantástico que contenía: de golpe, se levantó del banco con los ojos en blanco y se sacó un cuchillo que desconocía que tenia en la chaqueta y se acercó a un hombre que estaba paseando a su perro en aquel desgraciado momento y sin darle tiempo a reaccionar le asestó cuatro puñaladas alrededor del cuello y, al mismo tiempo que me lo explicaba, se levantó la manga izquierda i me enseñó una marca que se hizo con el arma blanca justo después de cometer el asesinato; solté un grito ahogado i me recriminó que guardara silencio. Continuó con la explicación y lo siguiente que me dijo fue que escondió el cuchillo bajo tierra y el cuerpo lo escondió en una zona de un bosque cercano.
Cuando terminó el relato, me quedé totalmente paralizado, pues me parecía un argumento de película y lo que me dijo al cabo de unos segundos me iba a poner en un verdadero dilema, una de las decisiones mas peligrosas de mi vida: quería que le ayudara a quitar el cadáver del bosque y llevárselo lejos de allí. No sabía que decir; por una parte, quería ayudarle por la gran amistad que tengo con el y, por la otra, me convertiría en cómplice de un asesino.
La cabeza me iba a estallar, no sabía que hacer; entonces me recordó aquel gran favor que me hizo con una gran depresión que tuve antaño y el me prestó mucha ayuda; claro que lo que me pasó a mi no tenía ni punto de comparación con su problema. Al final accedí a ayudarle a sabiendo al gran peligro al que me enfrentaba y prefiero no revelar el final de esta trágica historia, porque para este tipo de historias el final trágico es el que predomina.
Dani Garcia
2º Bachillerato B
Sonia Ruiz -
Era una tarde de invierno apagada como cualquier otra en aquella estación del año, como de costumbre yo estaba estirada en el sofá cambiando de canal la televisión sin apenas mirarla, como siempre hacía cuando me quedaba en casa aburrida sin saber qué hacer ni dónde ir. Así pues apagué la televisión y me dirigí a mi habitación con la intención de hacer un poco de limpieza, en cuanto vi el desorden acumulado de varios días pasados se me pasaron las ganas. Me encaminé hacia la cocina a prepararme un batido de chocolate cuando escuché el pitido tan conocido que hacía mi móvil al recibir un mensaje. El mensaje era de Miguel y decía así: ¿Tienes algún plan para esta tarde? Había pensado que podríamos quedar para tomar un café, conozco una cafetería que está bastante bien y hacen un café delicioso. ¿Qué te parece, quedamos para tomar un café?.
Lo leí varias veces, aún no podía creerme que precisamente él hubiese pensado en mí para ir a tomar un café. Éramos buenos amigos y simpatizábamos el uno con el otro pero ahí se quedaba nuestra relación, una simple amistad como tantas otras. Al principio me conformaba con eso, yo era la única chica que le rodeaba desde la infancia y con eso me bastaba, pero al llegar al instituto la cosa cambió y empezó a salir con otras chicas siempre con el pretexto de ir a tomar un café (¡Si supiera como me siento!). Y ahora me invitaba a mí a tomar un café, como si yo fuera otra de esas chicas que se pasa el día mirándose al espejo.
Lo pensé unos momentos y finalmente decidí acudir a la cita ya que no tenía nada mejor que hacer y él sería quien pagaría mi consumición.
Me vestí con los primeros pantalones téjanos y un jersey de cuello alto negro que encontré en mi desastrosa habitación y salí en dirección a la plaza mayor, donde le había dicho que nos encontraríamos. Cuando llegué él ya estaba ahí de pie esperándome con su sonrisa de dientes blancos y perfectos (si había estado enfadada momentos antes ahora ya no lo recordaba), le saludé tímidamente y él me pasó el brazo por los hombros guiándome entre la gran multitud que había en la plaza, hasta entonces no me había dado cuenta de la gente que nos rodeaba. No sé cuanto tiempo pasó hasta que nos encontramos sentados en una cálida cafetería tomando nuestro café. Él no paraba de mirarme y eso me ponía de los nervios, de modo que le pregunté el porque de tomar un café aquella tarde. Comenzó a reírse y yo me sentí todavía mas desconcertada.
- ¿Es que necesitas un motivo para quedar? Sólo quería verte y... bueno confesarte algo...
Fingí estar interesada como todas las veces que me contaba sus amoríos, por lo tanto no estaba preparada para escuchar lo que me dijo (¡una confesión de amor hacia mí!).
Lo primero que pensé fue que me estaba tomando el pelo aunque lo más lógico era que todo esto fuera fruto mi imaginación, sí eso era, estaba soñando.
Ha pasado un año desde entonces (¡los sueños no se prolongan tanto!) y seguimos estando el uno junto al otro como cualquier pareja feliz. Aquella tarde, ahora tan lejana, nunca me hubiese podido imaginar qué escondían aquellas palabras escritas en un mensaje. Las mimas palabras que ahora pasan por mi mente ¿Quedamos para tomar un café?.
Sonia Ruiz Sualdea
2º Bachillerato A
Raül Manel Corrales Flores -
¿Quedamos para tomar un café? ¿Quedamos para tomar un café? ... Me parecía oír esa frase una y otra vez como un susurro en el fondo del local; pero no estaba muy seguro. Tal vez retumbaba en lo profundo de mi mente.
Sentado, ajeno a todo el murmullo de mi alrededor, mantenía la mirada fija en la taza de café. Una taza blanca, de porcelana tal vez, con una diminuta asa, en la cual, creo, no hubiera entrado ni un solo dedo del hombre seboso sentado en la mesa de la esquina del fondo. Un pequeño golpe, fruto de la torpeza del camarero seguramente, había propiciado un pequeño desconchón en la porcelana de la taza. Un dedo, que no formaba parte de mí, se deslizaba por el borde de la taza, pasando sobre la astilla, de tal forma que, casi sin darse cuenta, se hería a sí mismo, derramando una gota de sangre, pero sin sentir dolor.
El café, dentro de la taza, se evaporaba formando un fino humillo de un color blanquecino, levantando eses en el aire y desvaneciéndose a la vista de unos ojos anclados en él. El café que aún se mantenía líquido formaba círculos concéntricos, unos dentro de otros, cuando entraba y salía una pequeña cucharilla de sus profundidades. Una fina capa de espuma, blanca en su inicio y de un color manchado después de mezclarse con el café, seguía cubriendo el líquido de la taza.
Unas manos se levantaban a ambos lados de la diminuta taza de café. Paralelas a la mesa, no eran capaces de mantenerse quietas; un temblor recorría ambas desde la punta del dedo hasta la muñeca.
Seguía mirando la taza de café y un deseo empujaba a esas manos a agarrarla, acercarla a unos labios sedientos de café y absorber suavemente la fina capa espumosa que lo cubría. Pero de momento ese deseo era contenido, era contenido por una cordura que no tardaría en desaparecer.
Había ocupado ese asiento durante los últimos 734 días de mi vida durante horas, horas y horas que parecían segundos junto a la taza de café. Manteniendo ligeras y cotidianas conversaciones había hecho bajar un café tras otro por la garganta, pero no todo el mundo está dispuesto a encerrarse aquí todos los días, de modo que llegó el momento en que tuve que acudir solo. Bueno solo; más bien yo y el café.
Sí, lo has adivinado, soy adicto al café. Sin embargo, me he propuesto no tomarme esta taza. Hoy, 10 de octubre de 2006, afronto el deseo de absorber el café a través de mis labios y me propongo que sea esta la última taza que vea. No obstante, alguien levanta mi taza, alguien que no veo pero que sé que lo hace. Siento una suave caricia en los labios y vuelvo a mirar la taza. La capa de espuma ya no está y ha dejado al descubierto el reflejo de un hombre al que creo no conocer. Tiene la boca manchada. Tal vez un vago recuerdo de esos ojos, morados en la parte inferior, me hace pensar en alguien que una vez conocí. No me importa haberlo olvidado, no debía ser nadie demasiado importante.
Solo un pequeño poso de marro o algo parecido reposa en el fondo de mi taza. El café se ha desvanecido y no recuerdo como ha sido. Unas palabras brotan de mi garganta, pero no soy yo quien las dice y en unos instantes el camarero llena mi taza de nuevo de café. No sé porqué lo ha hecho, si yo no se lo he pedido, pero no importa porque no voy a tomar esta tampoco. Junto a la taza ha dejado un papel con unas letras impresas, seguramente la cuenta. La mirada deja unos instantes el café para centrarse en la fecha situada en la parte inferior del papelito: 10 de octubre de 2007. La mirada ahora se desplaza hacia otro trozo de papel que yace, no muy lejos de este, más arrugado y de aspecto más viejo que el recién traído, con fecha de 9 de octubre de 2007. Una sonrisa se dibuja en el café, ya sin espuma, recién traído. Una vez más veo que la torpeza del camarero se manifiesta, ha vuelto a equivocarse con la fecha.
Raül Manel Corrales Flores
2º de Bachillerato A
Anónimo -
Es increíble como alguien puede romper tu corazón, y sin embargo sigues amándola con cada uno de los pedacitos.
Todo empezó en ese viaje tan inesperado que realicé hace dos años. Era el barco más bonito que existía, el más lujoso, y el lugar perfecto para dejar fluir el amor. Un hermoso crucero en aguas mediterráneas.
Yo, un simple funcionario en este lugar, hacía que me sintiera privilegiado. Nunca llegué a entender cuala era la finalidad de aquel viaje que aparentemente era de negocios y que organizó uno de mis jefes. Tampoco entendí el porque debíamos ser aquella mujer y yo.
Supongo que para mí fue como encontrar una ventana abierta en una habitación cerrada. Debía disfrutar, descansar, y solamente esperar las instrucciones de mis jefes. Pero de golpe la ventana se cerró convirtiendo todo en una pesadilla.
Sus ojos brillaban de una manera especial para mí. Su boca, su nariz...todo su rostro rozaba la plena perfección.
Un día tras otro permanecía sentado en una mesa redonda de la cafetería, esperaba la contestación de una nota que fue enviada a aquella mujer. La cual decía: Quedamos para tomar café?
Cada día a la misma hora empunto aparecía con un cigarro en la boca y hablando con sus amigas, se sentaba y pedía un café con cubitos de hielo.
Su sonrisa era causante de todo mal, ese impulso de adrenalina que padecía al mirarla, me hacía sentir como un niño y me recordaba que la seguía amando más que nunca.
Por qué no quería hablar? Por qué hacía ver que no existía? No puedo ni podré entender nunca la frialdad que mostraba ante mí. Parecía no recordar nada de nada de lo que significó lo nuestro. Se mostraba tan feliz con sus amigas y con tantas ganas de vivir que no podía evitar sentir una rabia que me consumía.
Hoy, sentado en una mesa redonda del único bar de mí pueblo, espero en mis sueños aquella mujer, la que desde aquel viaje nunca la he vuelto a ver. Todo es tan confuso que aun pienso lo mismo que pensaba en aquellos momentos, es como si el tiempo no transcurriera para mí, que aun permanecíamos en aquel grandioso barco.
Todo el tiempo miro a la puerta deseando que aparezca con un perdón y vuelva a ser todo como antes. Ella es mi vida, la razón por la que respiro y aunque yo muera, mi alma seguirá esperando una respuesta a aquella nota y el aroma de un café con cubitos de hielo.
Cristina Expósito Nieto
2º Batx. A
Cristina Pérez -
El móvil empezó a sonar, era JoseMa, mi mejor amigo. Pensé que le habría pasado algo, era extraño que me llamase a esas horas. A más nosotros solamente hablábamos por el Messenger
Lo cogí, era él. Estaba muy emocionado, hablaba sin parar y casi ni se le entendía.
Pero al fin, pude comprender que lo que intentaba decirme, era que pasaría todo el fin de semana en Barcelona, en casa de sus primos.
Era genial, pasaríamos todo el fin de semana juntos y al por fin podríamos volver a abrazarnos.
Quedamos en El racó, un bar del aeropuerto, para tomar un café y así disfrutar de nuestro reencuentro.
Llegué media hora antes, así que me puse a leer una revista. Cuando de pronto escuché mi nombre. JoseMa, estaba justo detrás mio. Había soñado tantas veces con este reencuentro, que me eché a llorar. La emoción del momento me invadía todo el cuerpo. Y también lo invadió a él. Era tan impresionante como había pasado el tiempo, y como nos habíamos echado tanto de menos. Era tan especial
Nos sentamos y empezamos a hablar, recordábamos viejos tiempos. En el barco, en Florencia, en Roma, en Malta y en Túnez. Aquellas maravillosas calles, aquellas excursiones, que nos habían llevado a lugares tan bellos.
Pero los mejores momentos los habíamos pasado en la piscina, junto a todos nuestros amigos. En el restaurante, cuando preparábamos la merienda. Y también recuerdo aquellas noches tan mágicas en la cubierta, viendo las estrellas y escuchando el mar.
Aquella inolvidable semana que compartimos, fue tan divertida
Pero la realidad ahora es otra, él vive en Sevilla y yo en Barcelona. Seguimos estando en contacto y sabemos que nuestra amistad perdurará para siempre, pero nos hacemos tanta falta nunca volverá a ser lo mismo.
En fin, siempre nos quedaran los recuerdos y los reencuentros. Como aquella primera vez que quedamos para tomar un café.
¿Y si la próxima taza de café la tomamos desde la cubierta de un barco con destino a Grecia?
Cristina Pérez Domínguez
2º Batx. A
Natalia Gonzalbes -
Salí de la cafetería lo más rápido posible, entre las miradas curiosas de los empleados. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. La verdad es que no recordaba la mayoría de cosas que había hecho aquel día. Decidí dejar de pensar en eso e irme a mi casa. Al llegar me metí en la cama lo más rápidamente posible, no sabía por qué pero estaba muy cansado Como si hubiera hecho mucho ejercicio, cosa poco probable en mí.
El despertador de mi móvil sonó a las ocho y media. Lo apagué e intenté seguir durmiendo, pero ya me había desvelado. Me di una ducha y desayuné. Tenía ganas de ir a dar un paseo. Bajé a la calle y llegué hasta un parque que ni tan siquiera sabía que existía. Después de un rato de vagar entre los árboles me senté en un banco.
Metí la mano en el bolsillo y encontré una llave. La observé mientras intentaba recordar de dónde podría ser. Como no hubo manera, la volví a guardar y me dispuse a volver a casa. En el camino de vuelta, me llegó un mensaje al móvil. Era mi jefe, preguntando si quedábamos para tomar un café. La proposición me extrañó, ya que con mi jefe nunca habíamos mantenido una relación de amistad, pero por curiosidad le dije que sí.
Quedamos en la cafetería de enfrente del trabajo. Al llegar, él ya me estaba esperando. Me senté delante suyo intrigado por esa invitación tan repentina. Empezamos una conversación de lo más normal, pero siempre hablando de temas de trabajo, hasta que de golpe me preguntó por una llave. Yo disimulé, haciendo ver que no sabía de qué me estaba hablando. Pero él me insistió. Hablaba de una llave que abría un armario de la oficina. Empecé a hacerme una idea sobre lo que estaba buscando. Aquel armario guardaba los libros de contabilidad de la empresa. No quería que le acusara formalmente de los delitos que estaba cometiendo.
Cada vez estaba más nervioso y yo no sabía como escapar de aquella situación. Mi jefe estaba a punto de abalanzarse encima de mí y salí corriendo de la cafetería. Intenté despistarle pero me seguía muy de cerca. Al girar una esquina me encontré de frente con un coche que venía a gran velocidad. Me arrolló y salí despedido por encima, quedándome tendido en el suelo. El conductor se acercó a mí mientras esperaba a que llegara mi jefe. Se pusieron a hablar y el hombre que me había atropellado metió la mano en el bolsillo, sacó la llave y se la entregó a mi jefe. Me dolía todo, y lo último que alcancé a ver antes de cerrar los ojos, fue la sonrisa de satisfacción que tenía.
En aquel momento me desperté al sentir que alguien tocaba mi hombro. Abrí los ojos y vi a una camarera con cara de cansada diciéndome con voz impaciente que ya era hora de cerrar. Todo había sido un sueño
En ese momento sonó mi móvil. Metí la mano en el bolsillo y encontré una llave. Saqué el móvil y leí el mensaje. Era de mi jefe, me preguntaba si quedábamos para tomar un café.
Aleix Arderiu 2A -
Yo, como es obvio, le respondí aceptando su invitación.
Estaba un poco nervioso porque no sabía de quien provenía aquel mensaje, pero acepté porque estaba convencido de que era una chica que desde hacía unos días me la encontraba en el mismo bar y a la misma hora, ya que me había pedido mi numero de teléfono.
Quedamos al día siguiente de haber recibido el mensaje, en el mismo lugar y a la misma hora que siempre nos encontrábamos y me fuí a dormir.
A la mañana siguiente, me levanté de sopetón, nervioso, inquieto y a la vez excitado; me vestí y bajé decidido hasta la esquina donde había el bar.
Una vez allí, empecé a observar para ver si como cada día ella estaba presente, y así asegurarme de que el mensaje era de ella.
Pasada media hora la chica aún no había aparecido. Empecé a extrañarme, pero seguí con mi rutina pensando que el mensaje había sido una broma de mal gusto de algún gracioso. Después de sentarme en la mesa de cada día y pedirme mi cortado y el croissant toda mi atención se centro en un joven de unos 28 años con un rostro pálido y extraño y una mochila de color verde tirando a gris oscuro que se dirigió rápidamente al servicio. Este estaba al final del bar y él mediante unos largos pasos lo cruzó. Toda la gente estaba sorprendida porque su conducta fue muy rara.
Pasaron unos minutos más y la chica con la que creía haber quedado aún no había aparecido, así que me acerqué a la barra y pagué mí almuerzo. Al mismo tiempo que pagaba le pregunté al camarero si le resultaba familiar el chico que había entrado al servicio, el me respondió con un no. Tuvimos la pequeña charla diaria y me fui.
Al salir del bar con la intriga de saber quien era el chico me dirigí hacia el aparcamiento donde tenia el coche, un pequeño paseo que hacia normalmente en 7 minutos. Antes de subir al coche escuché una horrible explosión y yo, nervioso, reculé para ver lo que había sucedido. Justo delante del bar donde cada día almorzaba estaba lleno de runa, me acerqué para asegurarme de los hechos. No me lo podía creer, el bar, mí bar había sido destrozado mediante un explosivo. Aquel mismo día llegué tarde al trabajo y cuando estaba a casa por la noche encendí la televisión y esta me aclaro lo que exactamente había sucedido. La chica del informativo de las nueve estaba contando que un bar llamado El Tallat, en el que siempre iba, había sido destruido mediante una explosión de una bomba casera y que esta estaba en el servicio dentro de una bolsa de color gris oscuro y verde.
Los resultados fueron fatales, toda la gente que estaba dentro del local había muerto e incluso una chica que hacia menos de cinco minutos que estaba presente.
Joan Cabero -
Le dijo ella, una vez más. Pero el chico estaba absorto en sus pensamientos, en ese instante se escuchó un fuerte estruendo que procedía del exterior, todo ocurrió en unos breves instantes, hubo una tremenda explosión que rompió violentamente todos los cristales que había en esa planta.
El chico reaccionó rápidamente, se escondió detrás de una mesa que había al lado y vió, reflectido en una cadena de espejos que había delante suyo, la cola de un avión de pasajeros introduciéndose en la torre norte, justo enfrente de la planta en la que se encontraba él.
El chico se quedó aterrado, no creía lo que acababa de ver.
Inmediatamente después de la explosión todo se quedó en silencio, la gente empezó a levantarse lentamente y todos, absolutamente todos se quedaron de pie, mirando hacía lo que acababa de ocurrir.
De repente empezaron a sonar todos los teléfonos, y la gente se dirigía a sus puestos cuando tuvo lugar un apagón.
En aquel momento alguien encendió una radio y se formó un pequeño círculo entorno al aparato.
Decían que no sabían si se trataba de un atentado o de un accidente, había poca información pero estaban a la espera de más datos, a los pocos minutos confirmaban el secuestro de un avión, el 175 de United Airlines, lo cual hacía sospechar que no habría sido un accidente lo del avión que se estrelló hacía pocos instantes.
Sonó un teléfono, era un aviso que decía que teníamos que evacuar la torre lo antes posible, pero ya era demasiado tarde, un fuerte estruendo, esta vez mucho más intenso que el anterior, hizo que temblara todo el edificio.
A los pocos instantes, toda la planta empezó a incendiarse y a llenarse de un humo negro irrespirable, el chico se acercó a uno de los ventanales, aterrado, desesperado, intentando encontrar un soplo de aire, alzó la cabeza y vió a una chica embarazada pidiéndole socorro desde la otra torre, pero él ya nada podía hacer, la mujer se lanzó al vacío.
En ese momento, el chico supo que no saldría de allí con vida y quiso despedirse de su novia, cojió el móbil, que guardaba en su bolsillo, y la llamó, sonó una vez ,dos y al fin ella lo cojió, al chico ya no le quedaba tiempo, las llamas y el humo cada vez eran peores, tuvo solamente un par de segundos para despedirse : -te quiero- dijo, y se lanzó
Laia Pujol Garcia -
¿Quedamos para tomar un café? Envié este mensaje al móvil de mi amiga, ya que sabía que estaba pasando por un momento difícil. Ester contestó rápidamente, ella también tenía ganas de hablar con alguien. La cita sería a las 6 de la tarde en el Café de Roma.
Ester y yo, nos conocemos desde que éramos pequeñas, y aunque nuestros caminos se separaron durante el tiempo que duraron nuestros estudios universitarios, siempre hemos estado en contacto de una manera u otra. Sabía que ella lo estaba pasando mal, pues a su padre, un famoso industrial, le habían diagnosticado una grabe enfermedad. Quizás le ayudara hablar con alguien, y quién mejor que una buena amiga.
El Café de Roma, la cafetería más antigua y mejor conservada de toda Barcelona, un sitio acogedor, tranquilo y donde solíamos quedar cuando teníamos algún problema de adolescentes. Cuando llegué, había poca gente, solo tres mesas ocupadas. En una de ellas me esperaba Ester, siempre tan puntual. Nos saludamos, ella se levantó para recibirme con un beso y un abrazo. Su rostro triste y preocupado, me hizo pensar en que no sería una tarde agradable. Con pocas palabras me explicaba la situación sobre la enfermedad y el tratamiento de su padre. Sería un tratamiento largo y esperanzador, el cual suponía instalarse temporalmente en Nueva York, ya que allí existían especialistas en tratar dicha enfermedad. Yo escuchaba atentamente sin poder imaginar en la situación tan dura que estaba viviendo mi amiga y su familia. De repente, se acerca el camarero con los dos capuchinos que habíamos pedido junto a unas pastas de te.
Ester, muy sutilmente me pide un gran favor. Consiste en que vaya a visitar a su abuelo, durante su ausencia. Gines un anciano de 80 años y muy bien conservado, el cual vive en una residencia muy cerca de casa. Con cierto dolor, Ester asume su incapacidad de seguir visitando con frecuencia a su querido abuelo.
Con una mirada fija y una suave sonrisa, le contesto que no se preocupe, que para mi será un placer y una manera de compartir su gran sufrimiento.
Laia Pujol Garcia
2ª Bachillerato B
Elisabet Pérez Latrilla -
Era una tarde de finales de septiembre, donde pude percibir que el verano llegaba a su fin. Estaba paseando por una de las calles céntricas de Barcelona cuando decidí entrar en una cafetería. Entre y me senté en una mesa normal i corriente. En ese momento me pare a mirar por la ventana, la gente de la calle seguía su rutina habitual: unos corrían porque perdían el tren, otros con su pareja contemplaban el paisaje... Por un momento era como si mi vida hubiera permanecido parada en el tiempo y la de los demás siguiera su curso. De repente una voz interrumpió mi pensamiento, era el camarero que preguntaba que iba a tomar. Entonces deje de fijarme en la gente que había fuera y contemple la que estaba en el bar. Allí, por primera vez me fije en un chico que estaba sentado en una mesa. Parecía ausente, como si algún problema atormentara su mente. Era un chico de unos 30 años aproximadamente, bestia con traje lo que me hizo deducir que era empresario o abogado. Era muy atractivo por lo cual lo estuve contemplando un buen rato seguido. Hubo un momento donde nuestras miradas se encontraron, fue entonces donde puede empezar a notar que los colores de mi cara subían de tonalidad.
De repente me levante y avergonzada de la situación decidí irme. Estuve una semana lamentando el haberme ido sin hablar con ese chico tan misterioso pero que a la vez atraía mi curiosidad. Me recordaba a alguien y no sabia ciertamente a quien.
La semana siguiente estuve rondando por la cafetería para haber si me encontraba ese chico, pero por mi desgracia no lo vi en ninguno de los días en que fui.
El trascurso de los días pasaba y cada vez me olvida más de esa persona. Pero un día en la oficina fue donde logre recordar que ese chico se llama Pau y era un antiguo compañero de la facultad. No se aun como pude llegar a olvidarlo si durante el primer curso habíamos estado muy unidos, tampoco se como el no me reconoció. Él no parecía la misma persona que había conocido años anteriores, la vida lo debía haber tratado mal porque aparentaba un envejecimiento prematuro.
Ese mismo día al llegar a casa estuve buscando su número, tenía curiosidad por saber como le habían ido en estos últimos años. Cuando tuve el número en la mano no dude en coger el teléfono y llamarlo. Creo recordar que no fue muy larga la conversación, de unos 5 minutos. Le pregunte como estaba y el me respondió con un simple bien. Allí pude deducir por su voz que las cosas no le iban del todo bien. Fue entonces cuando de repente sin mas me salio preguntarle ¿Quedamos para tomar un café? El me respondió con un si. Pero por su voz no sabia si lo hacía por compromiso o por que realmente le apetecía. Quedamos esa misma tarde sobre las siete en la cafetería que solíamos frecuentar cuando éramos grandes amigos.
Esa tarde no la olvidare jamás. Me hizo recordar nuestras tardes de conversaciones infinitas junto a nuestro café inseparable. Tardes donde reíamos, llorábamos pero sobretodo donde nos teníamos el uno al otro.
Elisabet Pérez Latrilla
2º Bachillerato B
rariitaa -
Alejandro Bermejo -
La otra persona firmó su respuesta, y quedamos en una cafetería específica mañana a las siete de la tarde.
Quizá esta persona me ayude a resolver el caso, estoy tan cerca Por mi experiencia, un asesinato múltiple siempre deja alguna huella, lo suficiente como para coger al asesino, ya que ése es mi oficio, una especie de Sherlock Holmes moderno.
Eran las siete menos cinco, y yo ya me encontraba en una mesa redonda de la cafetería, al lado de la ventana. Mi contacto fue puntual: en cuanto mi reloj marcó las siete, él abrió la puerta, y con una rápida mirada, se dirigió hacia mí. Iba con un frac marrón, con el cuello de la camisa levantada, y un gorro le tapaba el rostro.
Se sentó enfrente de mí, y sin decir palabra, me pasó un pequeño sobre. Con sumo cuidado lo abrí, y observé unas fotos en blanco y negro, de la escena del crimen. No había nada que no hubiera visto, a excepción de
Pero mi contacto ya se había ido. Levanté la mirada de las fotos, y ya no se encontraba en la silla del otro lado de la mesa. Así que, poco a poco, me fui de la cafetería para ir a mi piso, allí comprobaría lo recién descubierto en las fotos.
Una habitación, con una cama de dosel y dos mujeres muertas sobre ella, una enfrente de la otra. Una ventana abierta, y un enorme armario junto a ella. Era la misma escena en todas las fotos, pero de diferentes ángulos. A excepción de una, que enfocaba el rostro de una sola mujer.
Yo había estado allí, visto el rostro de las dos mujeres, y observado el arma homicida: una pistola 9mm con silenciador. Pero no había nada más, nada en el armario, nada en la cama.
Decidí ponerme a ello mañana por la mañana, pues sin darme cuenta, se había echo tarde. Me fumé un cigarrillo, y me fui a la cama, echando una rápida mirada a la última foto, donde faltaba uno de los cuerpos.
El teléfono sonaba. Desperezándome, lo cogí. Era mi superior, el cual me comunicaba que el asesino había sido arrestado, un hombre de unos cuarenta años, moreno y de ojos azules. La noticia me sobresaltó, pues había algo que no coincidía, así que le pregunté a mi superior si el arrestado tenía el pelo largo o corto. Corto, me contestó. Acto seguido, colgué.
Fui raudo a por las fotos, y las miré de nuevo, y me centré en la foto de la mujer. Un testigo vio como un hombre sospechoso, de largo cabello, salía aprisa de la habitación, con una oscura chaqueta.
Yo era el único, a excepción de mi superior, que había visto dos cuerpos de mujeres muertas, luego, cuando llegó el forense y la policía sólo había uno. ¿Dónde estaba el otro cuerpo? Tuve una corazonada, y raudo, me fui al depósito de cadáveres. Allí pregunté por el cuerpo que buscaba. Por suerte, no le habían echo la autopsia ni registrado, estaba igual que cuando se encontraba en la cama. Empecé a mirar lo, de arriba abajo, deteniéndome en cualquier cosa inusual. Nada. No había encontrado nada. Puse mi mano en el pelo de la mujer, y este se desprendió. ¡Era una peluca! Dentro de ella, pegada en un extremo, había una pequeña carta. Nervioso, la leí rápidamente.
El arrestado quedó en libertad por una llamada que hice a mi superior, pues el verdadero asesino, mejor dicho, asesina, estaba en estos momentos lejos de aquí (según la carta), pues la otra mujer muerta, es quien asesinó a la otra mujer.
Alejandro Bermejo Jiménez
2º Bachillerato A
Albert Flores -
Bonita pregunta ¿verdad? Pues esta pregunta tan aparentemente sencilla de responder es hoy para mí un problema. Y es que el profesor de castellano de mi instituto nos ha propuesto hacer una redacción partiendo de esta pregunta. Llevo todo el día pensando en qué escribir, y sigo sin saber aún sobre qué hacer el escrito. Ha llegado la hora de ponerme delante del ordenador (y es que nos ha pedido que se la escribamos como si de un comentario se tratara en su blog personal. Cosas de las tecnologías) y sigo bloqueado. Decido ponerme a escribir y dejar que salga solo, pero ni tan siquiera así funciona, cosa que me deprime bastante. Con la frustración de no poder hacer un simple escrito, me dedico a hablar por "Messenger" un rato a ver si así se me aclaran las ideas y, por esas casualidades de la vida, me inspiro. Me doy cuenta que cada vez queda menos tiempo para hacerlo, así que decido ponerme de una vez por todas i no distraerme hasta haber acabado. Empiezo a darle vueltas a temas i temas de los que podría hablar, pero ninguno en concreto me seduce, así que vuelvo a aplicar la técnica de dejar fluir la imaginación. Esta vez parece funcionar, ya que llevo un buen trozo escrito. Ahora que me paro a pensar, no sé la extensión exacta que ha de tener la redacción, así que vuelvo a las conversaciones anteriores i pregunto si alguien lo sabe. A alguien le suena que debe tener unas 25 líneas más o menos. Y ahí se me presenta otro problema: no sé cuantas líneas llevo escritas porqué la fuente del espacio donde escribo es distinta a la de donde saldrá publicado. Decido guiarme por mi intuición i sigo escribiendo un poco mas mientras discuto con un compañero. Eso me hace pensar que podría desviar el tema de la redacción hacia las discusiones, o que podría escribir una historia sobre alguna discusión. Creo que llego un poco tarde si no quiero borrar el texto y empezar de cero, así que decido apuntarme el tema en algún sitio para la próxima vez que deba escribir algún texto. Me releo el texto i corrijo alguna que otra falta. Le doy al botón de publicar, previsualizando previamente para asegurarme de que mi sentido común no iba errado y mas o menos he alcanzado la extensión deseada.
Yo, mientras tanto, sigo pensando en qué escribir con el tema "¿Quedamos para tomar un café?".
Albert Flores
2º Bachillerato B
P.D: Creo que consegui publicarla :D
Albert Flores -
Jordi Orriols -
Ya no sé ni por qué me hago esta pregunta. Día tras día, acepto mi petición. Otra vez más, mañana a la hora de apertura, estaré en mi bar esperando para tomar mi café junto a mi soledad.
Hoy no hace un día muy entusiasta. No tengo ganas de hacer demasiadas cosas. Solo guardaré mis artefactos, y me dirigiré al hotel donde estoy hospedado.
Durante el viaje al hotel, contemplo con una peculiar sensación aquellos mecanismos siempre activos. Por alguna razón que aún desconozco, siempre he estado captivado por ellos. Pues hacen una función que no muchos se percatan de ello. Por eso, supongo, son la parte más importante del lugar.
Por la noche, no pude dormir demasiado. Había aterrizado en un mundo muy peculiar y especial. Esa sensación no me dejó dormir. Aún quedan muchas cosas por hacer. Pocas para recordar.
Ha llegado la hora, acaban de abrir. Me dirijo hacia mi mesa de cada día. Es un día triste. Un negro día tenía ante mis ojos por contemplar. Aunque finalmente no llovió. Peculiar acontecimiento.
Cuando me vio el chico, me trajo mi negro café expreso de cada día. Hoy no había ningún diario para leer entre los arbustos. Así me dedique a contemplar aquel paisaje.
Me acercaba el expreso café negro a mis labios. Mientras, de fondo, se oían máquinas trabajar y gente chillar. Se oían esos gritos con una periodicidad aritmética e inconfundible. Cuando de pronto, un monstruo de unas 12 toneladas paso por encima de mi cabeza a gran velocidad. Mi jornada ya había comenzado.
Jordi Orriols
2º Bachillerato (A)
francesc -