Estaba pensando en las musarañas cuando vino a mi mente el recuerdo de aquellos últimos ratos que pasé con mi abuelo. Todo ocurrió la mañana del día 27 de aquel frío mes de diciembre de 1994 mientras me sentaba en un sofá delante del fuego a tierra de la masía que mis abuelos tenían en el campo. Era muy temprano por la mañana y allí no había nada con que entretenerse dentro de casa, ya que había sido demasiado descuidado no llevándome ningún juguete de los míos, y fuera hacía demasiado frío para salir a jugar. Además mis primos no estaban allí. Así que le pedí a mi abuelo que me contara historias. Unas historias reales o inventadas, no me importaba ya que el aburrimiento me podía. Él se sentó a mi lado, nos cubrió a los dos con una manta gruesa de cuadros, puso cara de hacer memoria y comenzó sus relatos. Me contó cosas fabulosas sobre príncipes aventureros que montaban caballos blancos y veloces y que rescataban bellas princesas de las garras de bestias feroces y peligrosas. Historias graciosas de niños que se perdían en el bosque y se hacían amigos de los animales, con los que jugaban y pasaban mil peripecias. También relatos tristes de guerras, pérdidas de familiares y muertes innecesarias. Estuvo todo el día contándome cuentos, desde bien temprano hasta cerca de medianoche, ya que no podía dormirme, estaba muy excitado por todas esas historias que me hicieron desbocar mi imaginación. Al fin, me dormí mientras me explicaba mi abuelo cómo un joven alto y delgado tumbó a un gigante de piedra usando su inteligencia. Esa fue la última historia que jamás escuché de mi abuelo, pues, durante la noche, se puso muy enfermo y tuvieron que llevarlo al hospital urgentemente. Cuando desperté estaba en casa sólo con mi madre y la vi llorando con el teléfono en la mano; mi abuelo acababa de morir.
Lidia Ortega -
Estaba pensando en las musarañas y recordé ,si no me traicionan los recuerdos, que era una fría mañana de finales de 1998, y el cielo estaba completamente nublado. Yo tendría por aquel entonces unos nueve años, y todo parecía un poco mas fácil que ahora. Miré hacia arriba y una minúscula gota golpeó mi nariz. Casi sin querer intenté recogerla con la punta de la lengua, pero, lo único que conseguí, fue ponerme un poco bizca en el proceso y sentirme tonta. Hay días en Barcelona en que cielo y mar se funden de tal forma que es imposible discernir donde empieza uno y acaba el otro, de forma muy especial a finales de otoño. El viento de levante alborotaba implacable mi largo pelo, y las mochilas agolpadas junto a la portería que yo defendía azotaban sus correas como medusas dementes intentando agarrarse a algo para evitar salir volando. Estaba empezando a llover, de forma imperceptible pero continua, eso era evidente. Grité algo a la gente con la que solía jugar en el patio minutos antes de que empezasen las clases, para avisarles de que me iba hacia el edificio de EGB para buscar cobijo. Estaban bastante ocupados disputándose el balón entre ellos, a varias decenas de metros de mí, así que no se dieron cuenta de nada. Resoplé enfadada, y varias gotas más cayeron sobre mi chándal azul y mi pelo como castigo. Recogí las cosas sin mirar a los demás, mientras el cielo empezaba a apretar sin misericordia. Me despedí con la mano, y metí la mochila bajo la sudadera para evitar que se mojase antes de que yo llegase a la clase. Era mi infancia una época donde los únicos problemas eran los chicles masticados pegados en las sillas o debajo de la mesa. Siempre tentándome de risa y sin saber por qué y recuerdo las personas adultas pellizcando fuerte ,sin motivo alguno, mis mejillas redondas. Es inexplicablemente confusa la naturaleza de la memoria, teniendo en cuenta cómo hay cantidad de imágenes, palabras y sonidos, que tu cerebro no puede retener en ciertos intervalos del día así como circunstancias concretas, y que sea capaz de recordar con vertiginoso detalle escenas de hace ya algo mas de 9 años, sorprendente
Mar Llop -
¿Me vas a decir que hora es o voy a tener que adivinarla yo? Eme no tenía una voz fuerte, pero como a todas las chicas, le gustaba exagerarla. Tuviste que mirar a tu alrededor antes de saber donde estabas exactamente. No descubriste mucho, pero te sirvió para situarte. Un aula llena de estudiantes incomprendidos, pensaste. A tu izquierda, Eme, y a tu derecha, la ventana. Eso era lo único importante. Llovía y ninguno de tus compañeros miraba por la ventana. Todos hacían ver que prestaban atención al único adulto del lugar. ¿Cómo podía ser si ni si quiera tu lo estabas escuchando, si era más interesante el exterior que ese punto muerto que bramaba? Era última hora, y llovía. Eme, al ver que te habías desconcertado, dejó de mirarte y siguió dibujando en la libreta. En seguida reaccionaste, te miraste la muñeca y le apuntases cuatro números en una esquina del folio que estaba garabateando. ¿Que estabas pensando?. No es que Eme fuera curiosa es que hacia dos días que a penas le contabas nada, que a penas hablabas. La miraste y le hiciste el gesto de que se callase, con el dedo. No me creo que estés prestando atención . Y tenía razón. No estabas prestando, en absoluto, atención. No podías dejar de darle vueltas. Quedaban dos horas para terminar las clases y poder llegar a casa para pensarlo con tranquilidad, sin Emes que preguntaran que es lo que te estaba pasando. Llevabas ya demasiadas mañanas sin prestarle atención a nada ni a nadie, y eso te hacia sentir lejos de todo. Incluso del suelo que pisabas. Ese mediodía. Eme, te siguió hasta tu casa mientras tu caminabas lentamente. Te diste cuenta cuando la viste detrás de ti, por el cristal de tu portal. La viste y te asustaste. Era exactamente como lo habías vivido todas esas noches. Ya no podías evitarla más así que le agarraste del brazo y la hiciste entrar. Le contaste tus sueños repetidos, que solo pasaban de noche, que nunca se habían hecho realidad y que tampoco creías que fuera a ocurrir. Pero ella, detrás de ti, el reflejo del cristal, era, no lo dudabas, una parte del sueño. ¿Cómo ibas a dudarlo si todas las noches parecía real? Y luego el golpe fuerte. Estaba pensando en las musarañas y te habías dormido en clase, como todas las mañanas. Con Eme a tu izquierda y la ventana a tu derecha, en una clase llena de compañeros inciertos, y gotas de lluvia resonando en el techo. Soñar que sueñas y que no dejas de soñar lo mismo. Son malos tiempos para los soñadores, pensaste. Soñar ya no es lo que era.
Antonio José Quero Roldán -
Recuerdo aquel día de otoño. Era un día como otro cualquiera. Me levanté como cada mañana antes de ir al colegio, el sueño me podía pero mi obligación era levantarme. A pesar del sueño que tenía, me vestí con una ropa humilde pero a la vez elegante y me puse a desayunar un gran tazón de leche con unos cereales crujientes y sabrosos, que eran los que me llenaban de energía para comenzar el nuevo día. Luego, como si solo fuesen diez minutos y no la hora que pasó, estaba peinado con un estilo no muy original, con una boca bien fresca, del cepillado de dientes, con una cara de despierto durmiente y con un buen abrigo que me protegiera del frío de aquella mañana. Cojí mi mochila y, junto a mis padres ya también listos, salí de casa. Cuando mis ojos por fin se acostumbraron a la luz que impactó en mi cara pude visualizar el paisaje. El día era claro, apenas se veía alguna nube, y, por suerte, hoy no llovía. La presencia del cálido sol en el frío de aquella mañana de otoño era apetecible, el calor que transmitía tocaba mi cara y me relajaba hasta tal punto que me apetecía volver a dormir. Podía divisar una serie de montañas en el horizonte y a mi alrededor veía nada más que algunas casas entre una naturaleza que alegraba el día. Me puse a respirar profundamente un aire puro y fresco en el cual no existía contaminación alguna, y escuchaba el cantar de los pájaros y el kiriki de algún gallo anunciando el nuevo día. Me subí al coche, puse la mochila entre mis piernas y me abroché el cinturón. Mientras mi padre conducía, yo me dedicaba a observar el paisaje que poco a poco iba quedando atrás. Una vez ya en el colegio, me despedí de mis padres afectuosa y tristemente y me dispuse a entrar en aquel edificio. Una vez dentro me dirigí hacía mi clase y me senté en una silla junto a una mesa de madera parecida a un pupitre. En la clase había chicos y chicas de mi edad y un profesor, un hombre mayor con un pelo blanco y una cara poco afeitada. Se dispuso a darnos clase, nos daba varias explicaciones, algunas sobre ciencias, otras sobre historia o simplemente sobre la vida y el futuro. Mientras pasaban las horas el cansancio se iba apoderando de mí, el sol impactaba en mis rubios cabellos y yo estaba deseando que se acabasen ya todas las clases y llegar a mi casa para poder relajarme y disfrutar el resto del día que quedase. Pero me di cuenta que la vida no es tan fácil. Mientras algunos escuchaban, prestando atención a la clase, otros se dedicaban a tirar simples bolitas de papel, otros reían o se contaban sus cosas... yo, instalado en mi sitio, estaba allí en un mundo diferente. Estaba pensando en las musarañas y me puse a imaginar infinidades de cosas. El mundo pasaba a través de mis ojos y yo allí reflexionando. Me di cuenta de que la vida es muy complicada, aunque a mí me pareciesen muy largas aquellas clases y parecía que la vida era muy lenta, para mí y para muchos, deseando ya ser mayores para poder hacer una serie de cosas que ara no podías hacer, supe que me equivocaba. La vida pasa como si nada, día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, te paras a pensar y el tiempo recorre rápidamente. Cuando eres un niño crees que la vida es lenta y no lo contrario, pero luego, te das cuenta que los años han pasado como si nada, como si aquel día de aquel año hubiese sido ayer mismo. Me puse a pensar hacía el futuro, sabiendo que la vida era muy corta y había que disfrutar cada momento de tu vida como si fuera el último. La verdad es que tenía la esperanza de que todo fuera bien en mi vida, que cambiasen aquellos días iguales, que uno era parecido al otro y así sucesivamente. Te levantas a la misma hora, haces las mismas cosas, te diriges hacía el colegio o el trabajo, una vez acabadas las clases te vas a casa, te pones a hacer las tareas y, después, de comer, hacer tus necesidades y distraerte con cualquier cosa, vuelves a dormir y a despertar Javián, ¿en qué piensas?-me interrumpió el profesor. Yo le dije que pensaba en la vida de cada día y él me respondió que bajase ya del cielo que prestara atención y volviera a la realidad. Lo que el profesor no sabía era que mi pensamiento, mi reflexión era más real de lo que se imaginaba. Entonces me dije a mí mismo que todo tenía que cambiar y que cada día tenia que ser único pero, para ello, había que hacer un gran esfuerzo y sacrificio. Comprendí todo, deje de pensar en las musarañas y me puse a estudiar para un futuro y una vida mejor.
Laura Troya -
« Comme la vie » songea-t-il. Et la peur de la mort fondit sur lui. [" Como la vida " soñó. Y el miedo de la muerte se derritió sobre él]
Mientras yo, en ese pupitre en el cual construía mi futuro (o eso decía el profesor), burlaba las horas móviles inmóvil sentado ante él. Quién lo iba a decir; ella, juguetona y feliz, aunque un poco vieja, blanca como la nata, lista, cariñosa ; ella, mi dulce amor, cerraba los ojos dos días antes de la primavera, dos horas después de irme a la escuela y burlar las horas móviles inmóvil sentado ante mi pupitre en el cual construía mi futuro, junto a ella. La luna y el sol que día a día me habían hecho compañía: sol cuando me despertaba y luna al acostarme. Flor que me besaba y me escuchaba, que lloraba en verme llorar y lamía las heridas de mis caídas para calmar mi dolor. La que me daba calor y se comía el pescado reseco que yo no quería. Sí, se había ido, permitiendo que la muerte se derritiera sobre ella, sin miedo, abandonando la vida como se abandona un sueño mal soñado, dejándome solo, solo ante la vida y la muerte. Y pensaba tantas cosas, tantas preguntas tenía, que el profesor en ver que no seguía su clase me dijo: "Andrés, el tiempo tiene todas las respuestas. Ten paciencia y las descubrirás". Llegado el invierno, mi padre trajo a casa un gato huérfano, tembloroso y enfermo. El veterinario dijo que tenía pocas posibilidades de sobrevivir, pues padecía de parásitos en el intestino, irritabilidad en los ojos, ácaros en las orejas, y desnutrición. Aparte decía- el frío no ayuda a los enfermos con las defensas bajas. Se equivocó.
La vie était toujours là. [La vida estaba siempre ahí]
5 comentarios
Jaume Bellaescusa -
Estuvo todo el día contándome cuentos, desde bien temprano hasta cerca de medianoche, ya que no podía dormirme, estaba muy excitado por todas esas historias que me hicieron desbocar mi imaginación. Al fin, me dormí mientras me explicaba mi abuelo cómo un joven alto y delgado tumbó a un gigante de piedra usando su inteligencia. Esa fue la última historia que jamás escuché de mi abuelo, pues, durante la noche, se puso muy enfermo y tuvieron que llevarlo al hospital urgentemente. Cuando desperté estaba en casa sólo con mi madre y la vi llorando con el teléfono en la mano; mi abuelo acababa de morir.
Lidia Ortega -
Miré hacia arriba y una minúscula gota golpeó mi nariz. Casi sin querer intenté recogerla con la punta de la lengua, pero, lo único que conseguí, fue ponerme un poco bizca en el proceso y sentirme tonta. Hay días en Barcelona en que cielo y mar se funden de tal forma que es imposible discernir donde empieza uno y acaba el otro, de forma muy especial a finales de otoño. El viento de levante alborotaba implacable mi largo pelo, y las mochilas agolpadas junto a la portería que yo defendía azotaban sus correas como medusas dementes intentando agarrarse a algo para evitar salir volando. Estaba empezando a llover, de forma imperceptible pero continua, eso era evidente. Grité algo a la gente con la que solía jugar en el patio minutos antes de que empezasen las clases, para avisarles de que me iba hacia el edificio de EGB para buscar cobijo. Estaban bastante ocupados disputándose el balón entre ellos, a varias decenas de metros de mí, así que no se dieron cuenta de nada. Resoplé enfadada, y varias gotas más cayeron sobre mi chándal azul y mi pelo como castigo.
Recogí las cosas sin mirar a los demás, mientras el cielo empezaba a apretar sin misericordia. Me despedí con la mano, y metí la mochila bajo la sudadera para evitar que se mojase antes de que yo llegase a la clase.
Era mi infancia una época donde los únicos problemas eran los chicles masticados pegados en las sillas o debajo de la mesa.
Siempre tentándome de risa y sin saber por qué y recuerdo las personas adultas pellizcando fuerte ,sin motivo alguno, mis mejillas redondas.
Es inexplicablemente confusa la naturaleza de la memoria, teniendo en cuenta cómo hay cantidad de imágenes, palabras y sonidos, que tu cerebro no puede retener en ciertos intervalos del día así como circunstancias concretas, y que sea capaz de recordar con vertiginoso detalle escenas de hace ya algo mas de 9 años, sorprendente
Mar Llop -
No podías dejar de darle vueltas. Quedaban dos horas para terminar las clases y poder llegar a casa para pensarlo con tranquilidad, sin Emes que preguntaran que es lo que te estaba pasando. Llevabas ya demasiadas mañanas sin prestarle atención a nada ni a nadie, y eso te hacia sentir lejos de todo. Incluso del suelo que pisabas.
Ese mediodía. Eme, te siguió hasta tu casa mientras tu caminabas lentamente. Te diste cuenta cuando la viste detrás de ti, por el cristal de tu portal. La viste y te asustaste. Era exactamente como lo habías vivido todas esas noches. Ya no podías evitarla más así que le agarraste del brazo y la hiciste entrar. Le contaste tus sueños repetidos, que solo pasaban de noche, que nunca se habían hecho realidad y que tampoco creías que fuera a ocurrir. Pero ella, detrás de ti, el reflejo del cristal, era, no lo dudabas, una parte del sueño. ¿Cómo ibas a dudarlo si todas las noches parecía real? Y luego el golpe fuerte.
Estaba pensando en las musarañas y te habías dormido en clase, como todas las mañanas. Con Eme a tu izquierda y la ventana a tu derecha, en una clase llena de compañeros inciertos, y gotas de lluvia resonando en el techo. Soñar que sueñas y que no dejas de soñar lo mismo. Son malos tiempos para los soñadores, pensaste. Soñar ya no es lo que era.
Antonio José Quero Roldán -
Cuando mis ojos por fin se acostumbraron a la luz que impactó en mi cara pude visualizar el paisaje. El día era claro, apenas se veía alguna nube, y, por suerte, hoy no llovía. La presencia del cálido sol en el frío de aquella mañana de otoño era apetecible, el calor que transmitía tocaba mi cara y me relajaba hasta tal punto que me apetecía volver a dormir. Podía divisar una serie de montañas en el horizonte y a mi alrededor veía nada más que algunas casas entre una naturaleza que alegraba el día. Me puse a respirar profundamente un aire puro y fresco en el cual no existía contaminación alguna, y escuchaba el cantar de los pájaros y el kiriki de algún gallo anunciando el nuevo día.
Me subí al coche, puse la mochila entre mis piernas y me abroché el cinturón. Mientras mi padre conducía, yo me dedicaba a observar el paisaje que poco a poco iba quedando atrás.
Una vez ya en el colegio, me despedí de mis padres afectuosa y tristemente y me dispuse a entrar en aquel edificio. Una vez dentro me dirigí hacía mi clase y me senté en una silla junto a una mesa de madera parecida a un pupitre. En la clase había chicos y chicas de mi edad y un profesor, un hombre mayor con un pelo blanco y una cara poco afeitada. Se dispuso a darnos clase, nos daba varias explicaciones, algunas sobre ciencias, otras sobre historia o simplemente sobre la vida y el futuro. Mientras pasaban las horas el cansancio se iba apoderando de mí, el sol impactaba en mis rubios cabellos y yo estaba deseando que se acabasen ya todas las clases y llegar a mi casa para poder relajarme y disfrutar el resto del día que quedase. Pero me di cuenta que la vida no es tan fácil. Mientras algunos escuchaban, prestando atención a la clase, otros se dedicaban a tirar simples bolitas de papel, otros reían o se contaban sus cosas... yo, instalado en mi sitio, estaba allí en un mundo diferente. Estaba pensando en las musarañas y me puse a imaginar infinidades de cosas. El mundo pasaba a través de mis ojos y yo allí reflexionando. Me di cuenta de que la vida es muy complicada, aunque a mí me pareciesen muy largas aquellas clases y parecía que la vida era muy lenta, para mí y para muchos, deseando ya ser mayores para poder hacer una serie de cosas que ara no podías hacer, supe que me equivocaba.
La vida pasa como si nada, día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo, te paras a pensar y el tiempo recorre rápidamente. Cuando eres un niño crees que la vida es lenta y no lo contrario, pero luego, te das cuenta que los años han pasado como si nada, como si aquel día de aquel año hubiese sido ayer mismo. Me puse a pensar hacía el futuro, sabiendo que la vida era muy corta y había que disfrutar cada momento de tu vida como si fuera el último. La verdad es que tenía la esperanza de que todo fuera bien en mi vida, que cambiasen aquellos días iguales, que uno era parecido al otro y así sucesivamente. Te levantas a la misma hora, haces las mismas cosas, te diriges hacía el colegio o el trabajo, una vez acabadas las clases te vas a casa, te pones a hacer las tareas y, después, de comer, hacer tus necesidades y distraerte con cualquier cosa, vuelves a dormir y a despertar Javián, ¿en qué piensas?-me interrumpió el profesor. Yo le dije que pensaba en la vida de cada día y él me respondió que bajase ya del cielo que prestara atención y volviera a la realidad. Lo que el profesor no sabía era que mi pensamiento, mi reflexión era más real de lo que se imaginaba. Entonces me dije a mí mismo que todo tenía que cambiar y que cada día tenia que ser único pero, para ello, había que hacer un gran esfuerzo y sacrificio. Comprendí todo, deje de pensar en las musarañas y me puse a estudiar para un futuro y una vida mejor.
Laura Troya -
[" Como la vida " soñó. Y el miedo de la muerte se derritió sobre él]
Mientras yo, en ese pupitre en el cual construía mi futuro (o eso decía el profesor), burlaba las horas móviles inmóvil sentado ante él.
Quién lo iba a decir; ella, juguetona y feliz, aunque un poco vieja, blanca como la nata, lista, cariñosa ; ella, mi dulce amor, cerraba los ojos dos días antes de la primavera, dos horas después de irme a la escuela y burlar las horas móviles inmóvil sentado ante mi pupitre en el cual construía mi futuro, junto a ella.
La luna y el sol que día a día me habían hecho compañía: sol cuando me despertaba y luna al acostarme. Flor que me besaba y me escuchaba, que lloraba en verme llorar y lamía las heridas de mis caídas para calmar mi dolor. La que me daba calor y se comía el pescado reseco que yo no quería. Sí, se había ido, permitiendo que la muerte se derritiera sobre ella, sin miedo, abandonando la vida como se abandona un sueño mal soñado, dejándome solo, solo ante la vida y la muerte.
Y pensaba tantas cosas, tantas preguntas tenía, que el profesor en ver que no seguía su clase me dijo: "Andrés, el tiempo tiene todas las respuestas. Ten paciencia y las descubrirás".
Llegado el invierno, mi padre trajo a casa un gato huérfano, tembloroso y enfermo. El veterinario dijo que tenía pocas posibilidades de sobrevivir, pues padecía de parásitos en el intestino, irritabilidad en los ojos, ácaros en las orejas, y desnutrición. Aparte decía- el frío no ayuda a los enfermos con las defensas bajas.
Se equivocó.
La vie était toujours là.
[La vida estaba siempre ahí]